martes, 8 de abril de 2014

LA BURRADA



 Pieza para un día de invierno



Un rompecabezas que se arma deconstruyendo



La poética de la Turba Teatro siempre me ha provocado singular atención. Considero que a lo largo de su trayectoria han encontrado un lenguaje y una propuesta escénica que defienden y los define como colectivo creativo. Digo colectivo porque ninguno de sus integrantes en particular tiene un rol específico, si no que siempre existe la oportunidad de verlos en distintas facetas (como directores, dramaturgos, actores, etc.). En el caso de La Burrada ésta y otras características no fueron la excepción. Es muy interesante cómo cada vez que voy a ver un espectáculo de su autoría, se genera en el ambiente la misma sensación, me atrevería a decir, casi calcada: desconcierto, perplejidad, aborrecimiento, adoración, sorpresa, descubrimiento (este fue mi propio sentimiento la primera vez que los vi en La Táctica de la avestruz, 2007), o simplemente el típico comentario “no, a este trabajo le falta”. Soy sincera al afirmar que el trabajo de este equipo me gusta mucho, aún no sé exactamente por qué, pero esta es la instancia precisa para averiguarlo.
Alucinante, explosiva y absurda, son términos que surgen cuando pienso en La Burrada, es lo que se llamaría: una burrada; un momento absurdo, sin sentido, un nuevo capítulo del non sense en una historia de Lewis Carrol, o la segunda parte de La caza del snark, que es uno de los poemas más extraños que haya leído. No obstante, lo más sorprendente es que cuando me refiero a La Burrada, no me encuentro ante una obra literaria, necesariamente, sino que se trata de teatro, o sea, puesta en escena, vestuario, personajes, textos teatrales, utilería, música, etcétera. Es en este sentido que el sin sentido, más reconocido como non sense, es lo que para mí convierte el trabajo de la Turba Teatro en una poética alucinante. No quiero decir, sin embargo que estemos frente a un ejemplo de teatro del absurdo, al menos no del mismo tipo que surgió en la época de las vanguardias, como el de Ionesco o Becket, no, esto es distinto. Sería como hacer una comparación entre una película de Luis Buñuel y una de David Lynch, si bien ambos nos conducen a espacios de la conciencia perturbadores, por nombrar esos espacios de algún modo, son distintos, pertenecen a contextos diferentes y exponen esta especie de submundos de manera muy particular de acuerdo a sus poéticas.
Al salir de la sala de teatro recibí una serie de comentarios; al parecer todos nos sentimos un poco críticos de lo que presenciamos y confundimos lo que según nosotros “debería ser” con lo que realmente “es lo que se está proponiendo”. Lo que se presenta en La Burrada es un universo escabroso, bruto, burro, una familia hacinada, tanto que casi revienta por las ventanas. Para qué hablar de los problemas y enfermedades de la familia, de las identidades, de las nacionalidades, todas características que apenas se empiezan a definir, son interrumpidas por algo, dejándolas sin sentido; te pierdes, tratas de armar, te confundes, es frente a este tipo de estímulos, que la gente dice: “esto debería ser así, o asá…” o “no, esto no pasa así en la vida real”. ¿Y por qué tendría que pasar como pasa en la vida real? ¿Por qué no invitar a la mente a ese viaje donde todo es posible? ¿Por qué darle ese permiso a la mente sólo cuando soñamos? Son preguntas que dejo abiertas con todo el cariño que se merecen, a mis queridos lectores.
A pesar de todo lo raro y confuso que pueda ser la puesta en escena de La Burrada, creo que es un reflejo muy claro de la realidad. Así de concreto creo que es el mensaje sobre todo visual de ésta obra. De partida, es un espectáculo indiscutiblemente porteño, donde aparece claramente la imagen de los cités, lo cual interpreto como un reflejo del cómo aparecen las casas porteñas, o las pequeñas habitaciones improvisadas entre medio de los cerros, las escaleras, las pendientes, las tomas, las poblaciones callampas. Desde mi visión originalmente capitalina, para el porteño cualquier espacio vacío puede ser habitado, de la misma manera que se habita el espacio en La Burrada: en principio no hay nada, solo un grupo de actores acercándose en cardumen a la escena, sin embargo, en lo que literalmente es un parpadeo, aparece el mundo escénico propuesto.
En general, admiro mucho el trabajo actoral de la Turba Teatro, siempre comprometido y claramente dirigido, audaz, divertido y sensible. Esta vez vimos a los actores, Gustavo Rodríguez, Claudio Díaz, Alexander Castillo, Humberto Cerda, Daniela Alcaide y Paola Gamboa pasar por estados muy extremos, desde la proyección íntima a la proyección exacerbada, casi lunática de las emociones. Interpreto que lo que propone el director, Felipe Díaz, es plasmar los opuestos entre lo cotidiano y lo extra cotidiano, entre lo real y lo irreal, lo que decimos y lo que pensamos, todo se expone y mezcla como quien revuelve una ensalada. Lo que me parece más entretenido es cómo ningún personaje se espanta de las rarezas; el mejor ejemplo es el Burro que deambula libremente como un narrador omnipresente, pero también relacionándose con el resto de los personajes, es una suerte de bufón o narrador épico. Este Burro u hombre con orejas de burro interpretado por Alexander Castillo, es para mí un signo muy rico en términos semióticos, porque así como podría ser cualquier hombre disfrazado con orejas de burro, también podría ser el Burro disfrazado de hombre, posibilidad que me entusiasma mucho más, tomando en cuenta el notable momento en que este Burro-Hombre se transforma en el perro y el gato cuchicheando acerca de la disfuncional familia, momento interesantísimo teatralmente hablando, dado que el Burro o el Hombre, justifica ser quién interpreta al gato y al perro pues un gato y un perro no pueden hablar, pero ¿desde cuándo los burros sí pueden hablar?
En este espectáculo teatral, todo está, como dice la expresión: “patas para arriba”. Si nos ponemos a tratar de comprender las relaciones familiares, encontramos a un tío, una abuela y dos jóvenes que no se sabe bien si son hermanos, ni mucho menos de quién son hijos. Cada uno tiene una enfermedad física y/o psicológica, en lo concreto, todos sufren una o más patologías: un melancólico tío tetrapléjico (Gustavo Rodríguez), Dorothy, una abuela colombiana muy alegre, pero que según parece se está muriendo de algo (Paola Gamboa) y los que supuestamente serían sus nietos, que por cierto no son de su nacionalidad ni denotan ningún parecido físico con ella: la joven Abril ciega y ninfómana (Daniela Alcaide) y el joven Baltazar bipolar o maniaco depresivo que se arranca los ojos o pretende que lo hace (Claudio Díaz) y que después toca una flauta invisible que sólo se escucha porque en realidad la toca el Burro, estando fuera de la acción. Por otra parte el extraño que se roba la leche, una especie de forastero que llega con sus pastillas a enloquecer aún más este hogar (Humberto Cerda), y cuya participación quiero pensar que tiene más relevancia de lo que parece. Me recordó a una situación del film The Shining de Kubrick, donde el personaje del jefe de cocina afroamericano llega a salvar a la familia y lo matan inmediatamente. Parece absurdo, casi sin importancia, uno piensa “¿tanto alboroto para esto?”, algo parecido ocurre con el personaje de Humberto Cerda: llega, quiere tomarse una pastilla, reparte de éstas en la familia y se va. ¿Cuál es la idea de esto? Parece no tener sentido. En el caso de la película de Kubrick, pueden ver el documental Room 237 de Rodney Ascher, donde se explica muy bien el por qué. En el caso de La Burrada, yo lo interpreto de la siguiente manera: un extraño que entra a una casa con el permiso de los residentes, les regala algo que los deja peor de cómo estaban y se va, creo que no es al azar por la actitud de este personaje, que en su expresión demuestra que algo trama. Pareciera que no hace nada, pero al mostrarse tan preocupado por demostrar que no anda haciendo nada malo, me hace sospechar, como cuando el gobierno de turno se esmera en regalar bonos a las clases no acomodadas, o como de la misma manera un dealer regala muestras de su mercancía. Es así como me doy permiso para pensar que en realidad la participación de este personaje no es al azar.
Por otra parte, considero que demasiado desorden en la escena se torna un tanto vertiginoso. Si bien es una propuesta de la atmósfera escénica planteada, creo que aún no se logra un “control descontrolado”, por así exponerlo, que permita una fluidez en la recepción del o los mensajes. Aunque me entretiene mucho este tipo de lenguaje, no es fácil utilizarlo, puesto que se corre el riesgo de que el mensaje se disipe entre dudas, quedando como puesta azarosa. Es claro que el azar también puede ser parte de un lenguaje escénico, pero de todos modos lo que se debiese trabajar en tales casos es precisamente el orden de ese azar. Dentro de los lenguajes escénicos que se pueden escoger, siempre el caos termina por convertirse en lo más difícil de ordenar, o bien de dirigir. Paradójicamente en estos casos, el caos es orden, tanto para un director teatral como para los intérpretes; de lo contrario, no se logra una comunicación o una recepción que nos permita como espectadores comprender lo que se está viendo. Cuando esto no queda claro el espectador tiende a preguntarse “¿eso era así o se equivocó?”, es un límite muy delicado y La Burrada juega constantemente a balancearse sobre él. Mi pregunta entonces es ¿será necesario que se entienda totalmente el mensaje cuando se trata de teatro? O al igual que en el cine surrealista ¿todo puede quedar para la libre interpretación del público o del investigador del hecho artístico? Me quedo con la segunda posibilidad.
Así es el último reestreno de la Turba Teatro, un rompecabezas desarmado que sólo se puede construir deconstruyendo. Por eso, este trabajo o la labor general de este grupo siempre me resulta tan entretenida, precisamente porque no entiendo, o porque me cuesta encontrar el sentido a sus obras en primera instancia. Es quizá por esto que cuando salgo de la sala de teatro, nunca puedo decir si me gustó o no, ni tampoco cuando decido que sí, en realidad lo disfruté, puedo afirmar por qué me gustan estas obras, pero ahora luego de todas estas reflexiones logro comprender un poco más a qué se debe. La idea de que una obra de teatro me haga visitar universos lyncheanos o svankmajereanos e incluso kubrickeanos, me reconforta dichosamente. Pero como se trata de teatro, no estamos presenciando desde afuera el universo paralelo o la pesadilla, estamos ante el presente de una situación como tal, de la cual no se puede despertar, porque en la escena no se puede generar esa sensación tan exacta de saltos temporales, o de cambios de espacio, como ocurre en el cine; en el teatro uno siempre está ahí, justo donde está el personaje, en el presente mismo de la pesadilla o dicho de otro modo, viviendo la pesadilla de alguien que no puede despertar. 
Qué puedo más decir... me encanta cómo a medida que pasa el tiempo surgen en mí nuevas interpretaciones, es un viaje que no termina.
L. C.



*Edición: Paz Francisca Soto


FICHA TÉCNICA

COMPAÑÍA: Turba Teatro
OBRA: La Burrada
DRAMATURGIA: Javier Ramírez
PRODUCCIÓN: Teatro Turba, Imprenta Corazón de Hueso y TurbaestudioS*
DIRECCIÓN: Felipe Díaz Galarce
INTÉRPRETES: Alexander Castillo, Daniela Alcaide, Claudio Díaz, Paola Gamboa, Gustavo Rodríguez y Humberto Cerda.
DISEÑOS ESCENOGRÁFICO: Felipe Díaz Galarce
COMPOSICIÓN MUSICAL: Alexander Castillo, Daniela Alcaide, Humberto Cerda.
DISEÑO GRÁFICO: Gonzalo Olivares
AUDIOVISUAL: Wayra Galland.
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FUNCIONES DE SALA UPLA: Viernes 11 y sábado 12 de abril
ENTRADAS: $3000 general / $2000 estudiantes y tercera edad / estudiantes y funcionarios de la UPLA 2X $3000
DIRECCIÓN: Guillermo González Hontaneda #855, Playa Ancha Valparaíso
RESERVAS: www.salateatroupla.cl