Varias razones para
acabar con todo
No hay muerte natural:
nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola presencia pone en
cuestión al mundo. La muerte es un accidente, y aun si los hombres la conocen y
la aceptan, es una violencia indebida.
Simone de Beauvoir
Salvador no salvó a nadie es el segundo montaje estrenado del
colectivo Familia Repudio. Luego de
su ópera prima Las TraJedias se las
dejamos a Shakespeare, que tuvo gran aceptación tanto en el público porteño
como fuera de él, Stefany Duarte escribe y dirige su segunda obra, que se
caracteriza entre otros aspectos por su espectacularidad, actuaciones notables
que rayan en un nivel de caracterización extremo, jugando entre el límite de la
verosimilitud y la caricatura, además de un lenguaje y estética deconstructivistas
en lo que respecta a convencionalismos de todo tipo, en especial aquellos que
refieren a nuestra idiosincrasia chilena.
En Salvador no salvó a nadie vemos a una
familia extremadamente pobre, donde podemos reconocer cuantiosos aspectos que
nos identifican como sociedad: arribismo, sedentarismo, ignorancia cultural,
bullying familiar, individualismo, el fanatismo enceguecido por figuras y
prácticas políticas, televisivas y cibernéticas.
Es la
historia de una familia integrada por tres hermanos: Una pastera embarazada
(Camila Acevedo) que ya tiene un hijo del que se habla pero nunca vemos, un
travesti con sida (Francisco Valdivia) y la hermana mayor (Dominique Aravena)
que parece ser la cabecilla de la familia; además, está la madre con alzhéimer
(Paola Vásquez) y un padre al que tampoco vemos. Las relaciones son cotidianas,
pudiendo estar presentes en cualquier familia, algunas instancias más extremas
que otras, pero nada que supere la realidad.
A través de una
escenografía, utilería y vestuario específicos, se aprecia una propuesta
estética que refleja lo tétrico que pueden llegar a ser los convencionalismos,
sobre todo, al considerarlos imposiciones de una forma de vida admitida, una
manera de estar en el mundo ideal, ejemplar, pero que en la mayoría de los
casos es irrepetible o bien, está fuera del alcance de los chilenos o en
general de los seres humanos. Porque siempre habrán mas pobres que ricos, más
empleados que jefes, así se movilizan las aspiraciones del ser humano
contemporáneo, focalizadas en alcanzar el estatus de aquél que tiene el poder;
poder que por lo demás se cimenta en la dimensión de un poder adquisitivo,
económico, de consumo.
De modo que
el universo poético de Salvador no salvó
a nadie, se tiñe de esta atmósfera donde todo lo que representa tiene que
ver con esta aspiración hacia el poder adquisitivo. Aspiraciones que jamás se
cumplen en esta ficción, lo cual lleva a los personajes a refugiarse en la
religión, la droga y/o adicciones de cualquier tipo, las figuras de televisión,
un partido político… en fin, cualquier entidad que inspire algún tipo de
salvación. Salvador que en este caso es precisamente Salvador Allende, pero que
podría ser cualquiera, éste es una excusa para hablar de la miseria de los
personajes.
Las palabras de
Cristo como las de Marxs, finalmente no han sido más que deseos. Y cualquier
elaboración equivocada del ser humano de estos deseos volverá a ser percibida
como prácticas erróneas. Pero mantendremos nuestra fidelidad a la ficción que
las proponen. Pareciera entonces que sólo en los espacios de ficción se pueden
materializar los deseos sociales de pensamiento.[1]
Lo
interesante es el quiebre que provoca el personaje de Juana (Dominique Aravena)
quien desde una postura escéptica se convierte en mártir de la ficción. La
figura femenina expuesta desde su fortaleza primigenia, en un contexto donde la
figura masculina se ve adormecida tras el cuerpo de un travesti arribista que
sueña con la fama y la fortuna (Francisco Valdivia). El hombre está pero no
está, en esta historia familiar, es el padre o el niño de quien hablan pero que
nunca vemos. No obstante hay una madre (Paola Vásquez) que es también la abuela
con alzhéimer, otra hija, más caprichosa y desentendida, obsesionada con la
idea de un pasado que ya no existe, vestida con un piyama de bebé tamaño
gigante, a través de la cual, se encarna una generación marcada por la
dictadura y la pérdida de un líder. La relación de la familia con esta madre
surge de manera muy similar a la que se puede apreciar en el film Goodbye Lenin! de Wolfgang Becker.
Por otra
parte, La Flaca (Camila Acevedo), la otra hermana, encarna todos los vicios y
decadencias de una sociedad absorbida por la mezcla entre las influencias
televisivas y la calle. Ante todo este panorama, hay un sentido feminista que
se explora a través de Juana, la única mujer de la familia, que decide -
literalmente de armas tomar- valiente, ser la mártir que representa la única
esperannza ante un contexto como el descrito.
Es por medio
del diseño integral y las composiciones originales de la Ominosa Banda, que se aprecia la
espectacularidad de este montaje, donde un funeral disfrazado de bodas de oro
de los padres, es la excusa para generar la participación activa tanto de los
espectadores, como de los músicos que integran la Ominosa banda (Gabriela Cáceres, Martín León, Lautaro Castro). Un padre omnipresente que para entonces ya está muerto, es el gran
secreto de esta familia. Una infidencia de la que todos los presentes estamos
enterados menos la madre con alzhéimer. Es una situación horrible, sin embargo
todos somos partícipes de esta fiesta triste y decadente con tal de esconder lo
sucedido y que ya no se puede revertir. Un secreto tan turbio que como
espectador cuesta un poco entender, ya que en términos dramatúrgicos es un
tanto confuso, no obstante, la tensión que logran los actores a partir de la
situación inesperada como es la muerte de un integrante del hogar, genera la
catarsis inevitable, humana. Existe algo oculto en cada familia, y aunque muchas
veces se pretenda barrer el secreto debajo de la alfombra, este en algún
momento se destapa y el polvo acumulado nos atraganta con la cruda realidad.
La necesidad
del colectivo Familia Repudio por deconstruir convencionalismos morales,
éticos, religiosos, tradicionales, actuales y/o estructurales que nos
identifican como una sociedad inserta en un modelo neoliberal, que está lejos
de encarnar el desarrollo progresista que profesa, se refleja notoriamente en la insistencia de
romper con la superstición del conocido cuadro de “El niño que llora” de Bruno
Amadio. Este es un claro ejemplo de lo
expuesto anteriormente, al asumir el “riesgo” de que el “cuadro maldito” forme
parte de la utilería de sus dos montajes, decisiones como esta demuestran dicha
posición desafiante. Principalmente en el monólogo final de Juana, es donde
podemos ver reflejado el discurso atípico del colectivo fundado en la necesidad
de obviar ciertas convenciones, dejar de soñar tanto y accionar cuando
realmente deseamos que algo cambie. Es una postura muy política, incluso anarquista,
fuerte y feminista que concluye con una visión utópica de lo que podría suceder
si un día nos decimos a terminar con “todo”.
L. C.
*Edición:
Paz Francisca Soto
FICHA
TÉCNICA
Obra:
Salvador no salvó a nadie
Colectivo:
Familia Repudio
Dirección y
Dramaturgia: Stefany Duarte
Intérpretes:
Camila Acevedo, Dominique Aravena, Paola Vásquez, Francisco Valdivia
Músicos:
Martín León, Gabriela Cáceres, Lautaro Castro (Ominosa Banda)
Diseño
Integral: Lucía Valenzuela, Stefany Duarte
Construcción
escenográfica: Lucía Valenzuela, Familia Repudio y amigos
Técnicos:
Lucía Valenzuela, Stefany Duarte
Fotografía:
Claudia Santibañez
Audiovisuales:
Cristian Muñoz, Claudia Santibáñez, Felipe Bello
Diseño
gráfico: Macarena Abarca
Producción
general: Dominique Aravena
[1]
Ramón Griffero, La dramaturgia del
espacio, Ediciones Frontera Sur,
Santiago de Chile, 2011, p. 42
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